martes, 12 de mayo de 2009

sorpresa


No sabía muy bien porqué, pero algo le impulsaba a buscar las manos de aquel niño… pero eso no podía ser, su sitio siempre había sido el que ocupaba ahora gallardamente, el escaparate de la tienda de juguetes, en su larga vida como caja sorpresa, nunca había sentido deseos de alejarse de aquel lugar.

Casi más que un deseo, era una necesidad, deseaba que aquellas pequeñas manitas, acariciasen ávidamente las aristas de su cuerpo encajonado. Su cabeza hecha de retales hubiera sonreído más abiertamente si las costuras de su boca se lo hubieran permitido, pero era un inerte muñeco, al menos a simple vista, o al menos, a la vista de todos.

El niño, que había estado toda la tarde frente a la tienda, se había decidido a entrar. Sabía que no conseguiría nada entrando. Era más pobre que las mismas ratas. Ellas al menos tenía un techo en las alcantarillas, al menos podían comer todos los días, con los desperdicios de la infecta ciudad que le vio nacer.

Entró a través de la puerta. Al abrirla, la puerta se quejó como si fuera un viejo gruñón que se quejaba por la corriente que entraba a través de la ventana abierta por su negligente nieto. El niño se sobrepuso a este sonido, hizo de tripas corazón y entró en la tienda. Al ver al juguetero, las palabras se le trabaron en la garganta y como saludo sólo fue capaz de emitir un agudo sonido acompañado de un tímido gesto.

El tendero, primero le dedicó una mirada severa, pero al ver el gesto compungido y tímido del pequeño se tornó en una traviesa sonrisa. El niño al ver esto, emitió una risa nerviosa.

-Mira lo que quieras, no te sientas nervioso, los juguetes son para los niños- dijo el juguetero aún sonriendo.

La pequeña ratilla de ciudad se sintió más a gusto, una vez escuchó las palabras que el hombre acaba de emitir amigablemente, le dedicó la sonrisa más limpia que le había dedicado jamás a nadie y sobrevoló con la mirada todos los juguetes hasta que se posó sobre la caja sorpresa.

“Acércate, estoy aquí” decía silenciosamente la caja de sorpresas, no había viento, pero se movía nerviosamente hacia delante y hacia atrás.

El niño como hipnotizado, lanzó sus manos hacia la caja, primero de forma reticente, no sabía si realmente le estaba permitido tocar.

“Venga, solo un poco más, estoy aquí” seguía diciendo silenciosamente el juguete, ansioso porque le sacasen de ese sitio que antes era tan cómodo. Ahora sí se retorcía.

El niño todavía no se decidía, sintió un roce detrás suya, érale juguetero que le había dado un pequeño empujón.

-“Adelante, te está esperando nervioso”.

El niño le miró sin comprender, ¿Qué le estaba esperando? A él, nadie nunca le había esperado más que sus hermanos de la calle. No sabía qué hacer. El juguetero volvió a señalarle la caja.

El niño no cabía en si de estupefacción y gozo, ¿en verdad le daba permiso para tocarla?

“Vamos, ya tienes tu permiso, cógeme” seguía pensando el muñeco mudamente, cada vez más nervioso, dejó de moverse para invitar a que lo cogiera.

El niño al ver que el juguete había parado en su movimiento repentinamente, primero se asustó, pero se sobrepuso, y al tocar aquel juguete, sintió una extraña sensación. No lo entendía, no sabía qué era, pues nunca había sentido nada parecido.

El juguetero parecía que había entendido perfectamente, qué es lo que estaba ocurriendo.

-Es felicidad, alegría… no te asustes, disfruta de ella todo lo que te permita tu infancia. Coge el juguete y vete. Ya se que no podrás pagarme.

El niño ahora si que no entendía nada. Sus ojos estaban clavados en los del juguetero, buscando algún signo de engaño, no quería que ese juguete le costase entrar en la cárcel o algo peor.

Escudriñó unos instantes más el rostro de aquel señor que parecía inusualmente amable. “Vamos, estás elegido, seré tu juguete, sólo cógeme” seguía rogando silenciosamente el muñeco algo ansioso por la espera de que el niño le cogiera entre sus bracitos delgados fruto del hambre y la penuria.

Toda la acción que siguió a esos instantes, eternos para el juguete y de lucha titánica en el interior del niño, fueron como un relámpago. Al fin, siguiendo aquello que no sabría si considerar como consejo, orden, o concesión, cogió el juguete. Su mano pasó de posarse delicada y tímidamente en una de las caras a sujetar una de las bien limadas aristas. La otra pequeña manita asió el lado contrario de la caja, sostenida así en el aire por el tímido niño, que miraba alternativamente al juguete y al juguetero. Una nueva sonrisa de este le invitó a continuar.

-Vamos, que los juguetes no muerden, o al menos no suelen hacerlo –le dedicó un simpático guiño, y desde su privilegiada altura contempló sonriente la cara de felicidad de su creación, casi más que la del niño, por la incredulidad manifiesta que presentaba ante su situación.

“Genial, ¿ves? No era tan difícil” pensó el juguete, que ahora tenía una sonrisa mucho más amplia que la que en un principio le tallaran. Se movía sin darse cuenta adelante y atrás, llevado en volandas por un inquieto muelle.

Al fin se vio relegado al interior de su cajita. La pequeña mano del niño se posó con cuidado en su cabeza, y cuidando de no hundir su gorrito de tela multicolor lo colocó dentro, cerrando la tapa tras él. Volvió una última mirada al tendero, que seguía con la misma cara que antes, y al fin dirigió unos pasos inseguros hacia la puerta, que fueron ganando en confianza a medida que se iba reduciendo la distancia y aún no lo habían llamado ni detenido.

Nada más salir a la calle, una tromba de agua volvió a arremeter contra él, por lo que echó a correr de vuelta a algún lugar protegido de la intemperie. Lo primero que hizo, no obstante, fue guardar el juguete debajo de su ropa para que no sufriera daño alguno por culpa del agua, lo apreciaba demasiado para permitir que se arruinara de esa forma.

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