Los niños parecían satisfechos de la batalla, y escucharon como la sirvienta les avisaba de que la merienda estaba terminada. Dejaron a los batallones en aquella vorágine caótica que habían llamado guerra tal y como estaba. Ya lo recogerían después, igualmente, el juego ya había sido ganado por el momento.
Los juguetes parecían inquietos, la formación militar prusiana seguía intacta, ni una sola baja, sólo estaba la figura de aquel soldado herido que era el general. Herido por el impacto de una bala aquel día en que no debió de ser soldado, pero ya no había marcha atrás, era el soldado herido, ese era su puesto, y no estaba descontento con él. El resto de muñecos se hallaban sin vida, desparramados por el campo de batalla, pero ellos no. Su orgullo como luchadores de rango les había dado la vida, y no cejaban en su empeño de parecer lo que realmente eran, lo que quizás un día habían sido.
Todos parecían conformes con la nueva situación, su nuevo hogar, parecía increíblemente cómodo, estaban resguardados del frío y el polvo y aún así, el soldado herido echaba de menos al resto de los juguetes, en especial a la dama ¿seguiría ella en la tienda? Quizás… su suerte la hubiese llevado a manos de un nuevo dueño, ahora estaban separados pero no podía dejar de pensar en ella, como si de alguna forma mágicamente pudieran volver a reunirse ¿no estaría mal no?
Pero los milagros no ocurrían todos los días. Ya bastante milagro era el ser un objeto lleno de vida que podía contar miles de historias en la imaginación de los niños, como para desear el elegir su destino. No, el destino para ellos, en cierta forma estaba escrito, y el suyo parecía estar lejano del de su amada. Lejano de lo único que le había dado una felicidad que casi había olvidado por sus años en la guerra… quizás no había estado nunca en una guerra de verdad, o quizás si. Sus recuerdos de batallas eran claros, pero eso no significaba que hubieran sido batallas más allá de las de la imaginación de los niños habían creado. Miles de batallas, en manos de diferentes creadores de historias de edades similares, de juegos imposibles, de mundo lejanos…
Pero lo que con más claridad podía recordar, eran los bailes de su dama, que sólo habían estado dedicados a él. Eso le entristecía. Se miró la pierna rota, su mutilación le había hecho diferente del resto de su batallón, a parte de ser su general, el más peculiar, era el que más llamaba la atención. El realismo de su herida era tal, que él experimentaba dolor con cada movimiento que los niños hacían que diera. Pero no variaba su gesto, el dolor no se reflejaba en su rostro, era el segundo al mando, y eso significaba que debía dar ejemplo, a pesar de estar lisiado, a pesar de ser el único que experimentaba dolor de entre todo el batallón.
Dejó de pensar en todo, se recreó en el recuerdo de la bailarina de sus amores, la única que comprendía su dolor, y le cuidaba pese a sus protestas cuando lo intentaba hacer delante del resto de sus soldados, le hacía parecer débil pero, aún y así en secreto, le encantaba que lo hiciera, que aliviase el dolor perpetuo que debía sentir por el resto de su existencia.
El general le observaba distante, sabía que segundo al mando sufría, pero no podía hacer nada, necesitaban un médico en el batallón, pero parece ser que al juguetero no se le ocurrió poner a la unidad médica dentro de la escuadra. Era normal, los niños no querían médicos, querían guerreros que les llevasen a la victoria. Sufría en silencio por el, cuando se es general prusiano, el mostrar algún tipo de emoción podría costarle a uno la vida, y aunque quizás fueran juguetes, quizás no siempre hubiese sido así, no se permitía reblandecerse.
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