-¡Adelante primer batallón! –el aire se llenó del olor a pólvora y muerte de todas las batallas, y pronto ya no pudo verse nada entre tanta humareda. Los disparos eran totalmente azarosos, balas perdidas en busca de un desconocido dueño que las acogiese. Infecciones de plomo y magia negra en grano fino, eso se iban regalando unos a otros en una suerte de ritual militar, lleno de honor y sentimientos. Los pasos eran cada vez más dispersos, se había perdido la disciplina que al principio lucieran ambos contendientes, cambiado por un galopar de caballos desbocados hacia cualquier parte, buscando entre el caos unos galones enemigos, un azul de mar de disparos para ser llamado a Moisés, teñido de rojo.
-¡En formación! ¡Bayonetas al frente! –se había acabado ya el tiempo en que los fusiles hicieran su estruendo mágico y terrible. Ya no habrían de escucharse más que ecos lejanos de algún alma de hierro que aún conservara espíritu dentro. La compañía formaba impasible al desorden de su alrededor y se lanzaba al baile de metal, corazones y destellos fugaces de vidas extintas hace mucho tiempo, con su fin concertado en libros. Ejército de árboles en pie de verde de asfalto de hierba, botas de caña alta y un pulcro negro de sepulcro, ambiguos galones que restallan chispas de color y vida en la uniformidad manifiesta, y finalmente filos de bayoneta en los cascos, lo más representativo de su condición y nación.
-¡Carguen! –la simple orden convirtió la marcha ordenada, aquél traqueteo constante de vías de un tren cuando se ve a lo lejos, se fue acentuando a medida que la máquina metálica, constante e infalible arremetía en dirección a la estación. Gritos agudos como pitidos de tren, y de tan inclemente atronar, llenaron el aire de una idea, la idea de que estaban llegando y no había ya nada que hacer, nada que les pudieran echar encima frenaría aquél ingenio humano de armazón de hierro y decisión artificial. Correteaban por el campo de batalla, mientras franceses e ingleses caían a su paso como fichas de dominó. El sonido metálico de sus rifles al hacer arrumacos furiosos contra el escenario de la contienda hacía aún más caótico la anarquía, que se apropiaba a despecho de oficiales y comandantes de toda lucha de dimensiones semejantes.
-¡Alto! ¡Descansen! ¡Recarguen! –mientras reclamaban una nueva carga de pólvora para sus fusiles. Acudió a ellos el remedio oriental a todo conflicto occidental, absurdo pero prudente. En aquél momento ya no había más que leves murmullos, quejidos extendidos a gargantas universales que, como una sola voz, proclamaban su agonía a los cuatro vientos, esperando la mayoría una piedad consistente en un fogonazo en la nuez que aliñara la tráquea de un borboteo repentino de sangre, que despojara la vida al instante. Entre aquél devenir, no encontraron más oposición. Séptimo batallón, del orden del número celeste, parecían tocados por una mano también divina, ya que se encontraban incólumes entre tanto incipiente llanto de viuda joven. De vuelta de mil batallas, acababan de librar con éxito la mil uno.
-¡Eh, eso no vale! –protestó el chiquillo compungido, con los mofletes hinchados.
-Por supuesto que sí –repuso su compañero altivo-, claro que son capaces de hacer eso, ¡y mucho más!
Tenía que reconocer que aquello era cierto, al menos en apariencia. Aquellos soldados parecían mucho mejores que los corrientes, serían sin duda una gran tropa. Sus encuentros militares habían estado siempre muy disputados, como muestra de los veteranos que eran en estos conflictos, pero esta vez no había habido opción. Aquella escuadra prusiana había decantado el favor de la batalla a una alianza española-centroeuropea sin discusión. Las nuevas adquisiciones mostraban desde el primer momento su utilidad.
-¿Y dónde has comprado esos juguetes? ¡Quiero unos así para mí! –preguntó el derrotado, que quería igualar de nuevos las fuerzas.
-Pues… -buscó durante unos instantes en su memoria, poniendo cara de intelectual- en la tienda de monsieur D’abarie.
Después de todo, un general nunca revelaba todos sus trucos, sino, ¿cómo podría aspirar a ganar guerras?
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