martes, 5 de mayo de 2009

soldados


El niño resultaba ansioso, volvió a tironear de la falda de su estirada madre. La madre, fijó su vista nerviosamente en el hombre de detrás del mostrador y tuvo que apartar la mirada, presa de algo que no podía explicar, ¿podría ser miedo? No ella ya conocía el miedo y no era eso lo que aquel rudo plebeyo le inspiraba, era… ¿respeto? Esa era una palabra que siempre había carecido de significado práctico para ella.

Ni si quiera se atrevía a abrir la boca, tenía miedo, si ahora era miedo, no sabía como reaccionaría aquel extraño personaje cuando le tratase como solía hacer con las ratas que estaban por debajo suya. Pero no, decidió adoptar una actitud cordial, creía que era mucho más seguro de esa forma.

-“Buenas tardes, sino le importa, mi hijo quiere echar un vistazo a sus… creaciones”

Su tono era educado y respetuoso, a la hora de decir creaciones, dio un pequeño énfasis en la palabra.

El hombretón sonrió de forma afable, con aquel aspecto de hombre rudo, parecía casi imposible, que su gesto pudiera transmitir tal nivel de humildad.

-“Por supuesto, no se preocupe”- respondió desde su rostro que sonreía abiertamente.

El niño, revoloteaba por todos los estantes, poniendo sus manos en todos y cada uno de los juguetes. El creador de juguetes le dedicó una mirada torva ante tal falta de respeto, pero el niño no se dio por enterado.

-Mamá, mamá, los quiero todos- dijo con tono excitado, parecía fuera de si.

-“Sólo podrás elegir uno”- le cortó la mujer.

El niño varió su gesto para dedicarle una mirada cargada de odio y repudio hacia la que era su progenitora.

-¡Los quiero todos!- volvió a repetir sin apartar la vista de ella.

-Mi postura es firme jovencito, tendrás uno a lo sumo y si sigues comportándote de esta forma, ni si quiera eso- dijo fieramente la mujer que parecía haberse hartado del comportamiento de su hijo.

El creador de juguetes, los observaba en silencio… parecía que apuntaba cada uno de los detalles de la escena que se estaba desarrollando delante de él, tan a la vista de todo el mundo, aunque es ese caso, todo el mundo se reducía a él y sus juguetes.

El niño al ver la reacción de su madre, decidió que por el momento, podría conformarse con uno, ya urdiría algún plan para volver a aquella tienda y llevarse todo lo que a él le viniese en gana.

Paseó la vista por cada estante, parecía no ser capaz de elegir entre todas aquellas maravillas, vio el soldado de plomo, general de una compañía compuesta por 10 figuras, las facciones perfectas de éste y el aspecto diferente que tenía cada uno de aquellos muñecos le daba una vida especial a lo que sería la compañía líder dentro del ejército que ya tenía en casa. Estaba decidido, le había echado el ojo a uno o dos juguetes más, pero los juegos de guerra eran sin duda sus favoritos.

La madre, estudiaba la cara de concentración de su pequeño satisfecha de haber conseguido lo que se proponía. Observó como la seriedad en su rostro infantil se detenía en aquel extraño batallón de soldaditos de madera.

El dependiente, que también había estado observando la escena sin intervenir, contestó antes de que ella le preguntara.

-Lléveselos, por esta vez, será un regalo.

La mujer, se quedó a atónita. No entendía aquel gesto tan altruista por parte de aquel desconocido. Sin embargo, no quiso desairarle, e hizo un gesto para que su retoño cogiera los ansiados juguetes.

La delicia de los ojos del niño se podía palpar en el aire viciado de serrín polvo de la juguetería. Por un momento pareció plantearse mirar a un lado y otro para comprobar la fortuna que parecía haberle sonreído pero, ansioso como estaba para evitar dejar pasar la ocasión, rápidamente se hizo con el reluciente pelotón.

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