La dama, la dejamos en otro plano, en otro punto de la historia, y era increíble pensar que una muñeca que habitaba dentro de una caja de música pudiera soñar ¿realmente los juguetes podían soñar? ¿tenían la suficiente vida como para poder crear intrincadas imágenes formando historias imposibles?
Quizás no todos fueran capaces de aquello, pero la dama si podía. Era capaz de soñar y de generar sueños. Llevaba ya algunas noches en manos de su nuevo dueño, su amigo, ella lo había elegido. Eran los juguetes los que elegían a sus niños y ella había esperado pertenecer a aquel pequeño desde hacía tiempo. Tembló de emoción en el primer baile que le dedicó.
La dama estaba contenta aquella noche, ella y su pequeño amigo, estuvieron toda la noche soñando juntos. Era un sueño que les implicaba a ambos, él la veía como su madre y ella como el hijo que nunca tendría, simplemente, no podía, ¡Era un juguete! Eso la entristecía de alguna forma, pero quizás… ésta era la mejor forma de llenar el vacío de su existencia como mujer y como juguete.
La melodía sonaba, el niño le daba cuerda cuidadosamente y mientras ella danzaba, el escuchaba la nana que le transportaba a un mundo distante, donde no existía ni el dolor ni el hambre al que tanto se había acostumbrado. La dama danzaba para él y con él, siendo ambos el único consuelo el uno del otro.
Todos en la juguetería se preguntarían por como se encontraba en estos momentos, pero ya no había vuelta hacia atrás. Simplemente era su momento de marchar, quizás hubiera debido despedirse, pero vio al niño tan cerca que no pudo resistirse a volar hasta su bolsillo, era el momento perfecto y sabía que no se repetiría con ligereza. El niño tenía cuidado de no torturarse a menudo con la visión del escaparate de la juguetería, con todos esos juguetes que él no podía pagar.
La aventura en la que se había embarcado la dama, sólo había comenzado. Sabía muy bien que su vida con aquel pequeño no iba a ser nada fácil. Las comodidades a las que estaba acostumbrada en el pequeño taller allí no existían, brillaban por su ausencia la limpieza y el calor. Hacía frío… lamentaba no ser un muñeco más grande capa de proporcionarle algo de calor al muchacho que reposaba recostado al lado de su prisión de cristal.
Lamentaba quizás también, no tener alguna forma de hacer que aquel pequeño ganase dinero para el sustento, veía como la piel se le pegaba de la espalda y la tripa con cada respiración, estaba literalmente famélico. Dejó de soñar para pensar qué hacer en referencia a aquello, no podía dejar que el pequeño vagabundeara por siempre, él debía tener un futuro más aceptable, que implicase que sus vivos ojos, y sus mejillas sonrosadas, llevasen la inocencia a su alrededor, que pudieran estar sonrojadas y llenas, pues ahora estaban hundidas, con los ojos hinchados por los lloros que de noche profería en sueños, sin darse cuenta cuando despertaba.
Un ruido cerca suya la sacó de sus pensamientos ensimismados. Eran unos quejidos del niño que volvía a soñar algo doloroso. Puso todo lo que podía hacer por el en marcha, al menos por el momento, y compuso para él un sueño lleno de color y vida para que su llanto se convirtiera en una sonrisa angelical y satisfecha. De repente, el niño abandonó la pesadilla para verse inmerso en un jardín enorme y verde. Estaba jugando con diversos muñecos, pero hacía caso omiso de casi todos ¿dónde estaba su bailarina? La buscó frenéticamente y ella apareció, ya no como una pequeña figurita en una caja de cristal, sino como una mujer que le miraba con infinito cariño y dulzura. Era todo lo que podía desear, se parecía tanto a su madre. Parecía alimentado, no podía sentir ni dolor ni hambre, solo calor y amor que le envolvían desde lo más hondo de su pecho, en el rincón más dulce y cristalino de su alma.
El niño sonrió en sueños y la dama se dio por satisfecha, manteniendo en su memoria a algunos de los amigos que había dejado atrás en la juguetería ¿qué habría sido de su soldado herido?
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