miércoles, 20 de mayo de 2009

muñeca sin sonrisa


Miró una y otra vez en busca del tesoro que podría ser el juguete triste… todos los juguetes parecían en cualquier caso, felices de ser lo que eran, felices de ser parte de la alegría de algún niño, todos o casi todos tenían desde una expresión neutra, hasta una expresión de total felicidad, con una sonrisa surcada en sus rostros llenos de la vida que les había dado Humberto.

El extraño Diderot que se deleitaba en buscar entre aquellas maravillas, estaba cada vez más nervioso, tendría que haber alguno que no estuviera feliz, alguno con una expresión en su rostro que denostase tristeza, dolor o llanto, pues no todo en la vida eran risas y juegos, la vida era mucho más que todo eso.

Buscó y buscó, se estaba desanimando poco a poco… había pensado que aquella tienda parecía diferente, ubicada cerca de la podredumbre del puerto, era de esperar que al menos uno de sus muñecos tuviera la marca de aquel sórdido lugar.

Casi había decidido marcharse, pues la tormenta estaba a punto de remitir, y no deseaba ser visto, ante todo eso, no podía dejar que nadie advirtiese su pequeña excursión a la juguetería. Ya casi había decidido marcharse cuando lo vio.

Si, allí estaba, la muñeca más triste que jamás habían creado. Su rostro estaba surcando por unas hipotéticas lágrimas… que no podrían haber sido tan reales si hubiesen sido de una niña de verdad. Tenía el pelo recogido en dos trenzas, que unido a su cuerpo de trapo le conferían una postura extraña. Estaba recostada contra la pared, en aquel estante, alejada del resto de los muñecos, parecía ser una niña marginada incluso por los que eran iguales que ella. De hecho, un poco más allá, había otras muñecas de trapo, pero sus expresiones eran las de cualquier muñeca de trapo que se precie, sonrientes y con la apostura clásica del paño con el que estaban confeccionadas.

Los ojos del extraño relucieron, una lágrima surcó su rostro, como si pudiera sentir la pena que atormentaba a aquel amasijo de trapos a medio formar, porque a pesar del realismo de su rostro, el resto parecía hecho con desgana, o a medio hacer, como si el creador de aquella maravilla hubiera decidido dejarla a medias.

Buscó con la mirada al dependiente del establecimiento y lo encontró prontamente, había salido a recibirle aunque lo había hecho de forma tan sigilosa que ni siquiera se había dado cuenta de ello.

-“disculpe, me gustaría llevarme esta muñeca”- lo dijo en un tono neutro, fuera de toda maldad, sólo destilaba una gran tristeza.

Humberto le miró desconcertado, la tristeza no era algo que sus juguetes solieran provocar. Quizás, buscaba juguetes para arrancar de si la tristeza. Era un hombre extravagante cuanto menos, nunca antes lo había visto, ni en la tienda, ni paseando por la ciudad.

-“El precio no es muy alto, como muy bien puede ver, está defectuosa, no pude hacer nada más por ella”- contestó el creador visiblemente entristecido de pronto.

-“Es igual, yo la quiero a ella”- dijo el hombre sin variar su tono de absoluta tristeza y desgana ante la vida.

-“Como usted desee”-dijo Humberto y le mostró el precio en un papel que tenía guardado bajo el mostrador.

-“Me parece correcto”-el extraño sujeto cogió un puñado de monedas, en las que quizás había más del doble del precio que Humberto le había mostrado en su papel.

Miró desde sus ojos claros, desde su gran altura sorprendido y fue a decir algo pero fue de súbito interrumpido por el extraño.

-“Ya lo se, no se preocupe, eso es lo justo realmente”

Y con estas enigmáticas palabras se despidió del fabricante de juguetes con una sonrisa, cosa que no hacía desde hacía mucho tiempo… sonreír.

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