viernes, 29 de mayo de 2009

reencuentros


La costumbre, eso pensaba él, había roto su costumbre el día en que impulsado por quien sabe que, fue a parar a aquel lugar del puerto en el que había encontrado a su nuevo amigo, aquel pequeño oso peludo que ahora ocupaba un lugar privilegiado en el bolsillo. Allí se encontraba a salvo de miradas indiscretas, pues qué habrían pensado si hubieran visto a un hombre de su tamaño y edad con un oso de peluche… eso eran cosas de niños.

Soportó cada uno de los pinchazos que le propinaba Raíd sin exhibir si quiera una simple muestra de molestia. Su gesto era impertérrito, sus ojos estaban fijos en la distancia mientras le tatuaban otro amo más, otro jefe que lo golpearía hasta hacerlo sudar, porque ese era su trabajo, aguantar una y otra vez los despechos de la gente. Cuanto necesitaba la compañía de aquel peludo amigo que habitaba su bolsillo, eran fuerzas lo que más necesitaba, y el pequeño amigo le conferiría las que necesitaba para aguantar los arrestos de aquellos patanes que lo utilizaban uno y otra vez.

Encaminó sus pasos hacia su nuevo destino, según tenía entendido era un hombre como las otras veces, pero se sorprendió gratamente al ver que no parecía demasiado fuerte, tanto mejor para él. Simplemente sería menos sufrimiento del habitual. Entró en la habitación guiado por el extraño cliente, se paró delante de él, y se quitó la amplia chaqueta que cubría su cuerpo. Para sorpresa del hombretón, no era un hombre escuálido, sino una mujer, que le resultaba extrañamente familiar.

Espero su destino, cual animal que va a ser pasado a cuchillo, y vio como el pañuelo que cubría el rostro de la fémina se retiraba, tenía la piel del mismo color que él. Sus ojos se abrieron como platos al descubrir que allí estaba la que había sido su único amor, la única que había entendido su sino, al tener ella uno parecido.

Sus ojos se inundaron de lágrimas, saladas que empaparon sus labios. Pero no podía decir ni hacer nada, se había quedado paralizado por la sorpresa. Ella no dijo nada, únicamente le abrazó, deshaciéndose en hinojos entre sus marmóreas extremidades.

No hicieron falta palabras, se fundieron en un largo y apasionado beso. Sus ojos se encontraron y entonces hurgó en su bolsillo. El juguete no sabía que estaba pasando, todo se movía a su alrededor. No entendía que estaba pasando fuera y no quedaba ni un resquicio por el que poder echar una ojeada ¿dónde iba ahora? Se estaba moviendo, las manos de su dueño lo habían rodeado. Ahora veía con más claridad, a una chica, delicada que parecía de ébano. Sus facciones perfectas entre la perfección, su piel tersa y brillante, aunque oscura como la pez.

Vio como pasaba de las curtidas manos de su dueño a las suaves y delicadas de ella. Ella miró al oso a los ojos y lo abrazó. El oso se sintió realmente reconfortado, sintió un calor en su interior que nunca había sentido antes, ni si quiera cuando adquirió un dueño.

De repente lo supo, ella sería su dueña y ahora mismo no deseaba que nadie más lo fuera, ya no echaba de menos a sus otros hermanos los juguetes, había encontrado su lugar entre los brazos de aquella extraña muchachita que ahora le portaba con amor a través del puerto, en dirección a la casa del gran hombre que siempre la había estado esperando.

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