sábado, 23 de mayo de 2009


Difícilmente se puede saber lo que piensa un juguete. Podemos intentar averiguar cómo se tomará las cosas una persona, porque comprendemos el mecanismo de los sentimientos y las emociones, pero no de los juguetes. Los juguetes son creados por las personas, y cómo tales tienen lo que se les ha querido dar, pero siempre hay algo que sobrepasa al constructor. Puede ser que salga de la propia madera, metal, o material que se utilice, del propio instrumento, o que el juguete adquiera una personalidad propia. De cualquier modo, esta complejidad era el problema que acaparaba entonces a algunos de los pocos seres activos de la ciudad, y a los dos únicos que estaban en la calle.

La muñeca propiamente dicha estaba refugiada en el interior del abrigo de su reciente dueño, con mil dudas e inquietudes. Lo primero que se preguntaba era quién era aquél hombre. Misterioso, apenas había podido verle la cara en un instante, más similar a un relámpago, y discreto, casi siniestro, le había sorprendido por completo. No se había fijado él, pese a entrar en un día tan malo en la tienda. Había aprendido a obviar a todo el que entrara en la tienda. Con el tiempo se le había ido haciendo bastante más fácil, y lo hacía de forma mecánica. En sus primeros pasos como juguete, había esperado con ilusión que alguien se la llevara. Siempre esperando, siempre en busca de ese niño que la reclamara, pero siempre en vano. No aparecía aquél salvador, y veía cómo iban desapareciendo juguetes de todo tipo, y cuando era el suyo el escogido, siempre era alguna de sus hermanas la que finalmente les abandonaba. Así, se había ido retrayendo, de forma que ella misma hacía honor a su exterior desolado. Entonces, no obstante, no sabía cómo debía sentirse. ¿Debía tener miedo por lo que pudiera hacerle el desconocido? ¿Pena por haberse ido de su hogar? ¿Alegría por haber sido por fin la escogida? La indecisión le causaba un sufrimiento tan hondo como las lágrimas en carne viva, sal en su rostro de trapo.

Sus hermanas, como buenas hermanas, sentían envidia. No les cabía en la cabeza cómo alguien podía preferir una muñeca triste y amargada a unas bellezas sonrientes, que ellas encarnaban a la perfección. Se estuvieron halagando falsamente unas a otras hasta que su moral y ánimo recuperaron el punto habitual. Fue entonces cuando decidieron que, sin duda, debían sentir pena por su descarriada hermanita. Sin duda aquél hombre no tenía buenas intenciones, y sería a ella a la que le tocaría sufrir los desvarías de aquél oscuro personaje. Surgieron las más estrafalarias y dantescas historias que un juguete pueda concebir para un dueño, pero estas podrían llenar varios libros.

Umberto se quedó parado sobre el mostrador. Pese a que su nueva creación le estuviese llamando desde su mesa de trabajo, hizo caso omiso por unos minutos y se dedicó a reflexionar sobre la suerte de aquella muñeca. No había sido capaz de hacerla sonreír, y aquello la había condenado a aquél estante. Nunca la movía de ahí, no queriendo importunarla, y casi llegó a pensar que tendría que convivir con ella y con su cargo de conciencia para siempre. Sin embargo, se habían hecho cargo de ella. Se preguntó si estaría bien, y si le darían un buen trato. No parecía una mala persona, y esperaba que, con el tiempo, él pudiera alumbrar esa sonrisa que él no había sido capaz de conseguir.

El hombre dejó de reflexionar en cuanto cruzó el umbral de su puerta. Se quitó las botas y las dejó a un lado sobre el suelo de piedra, para no mancharlo todo, colgó de una percha el sombrero de ala ancha y, poniendo buen cuidado en sacar de su abrigo a la preciosa muñeca, colgó este al lado del sombrero. Avanzó con paso un poco más cansado y fatigoso hasta su mesa, en la que acomodó entre unos montones de papeles, con una aparentemente fortuita forma de sillón, a su niña. Sacó de la mesita de su escritorio las gafas y la pluma, y se alcanzó un pequeño taco de hojas. Detestaba ser contable.

1 comentario:

  1. Maravilloso.
    Tanta sensibilidad...

    Te sigo :)

    Alguna vez, todos nos sentimos como esa muñeca que no espera nada, eso se llama indefensión aprendida.

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