jueves, 7 de mayo de 2009

soldados


La señora en cambio estaba indecisa, y lo último que pensaba era en el alivio. Miraba al mostrador, clavando la mirada a escasos veinte centímetros del gigantón. Se mordió el labio inferior sin saber qué hacer, pues sentía que algo faltaba, que no encajaba y que aún quedaba algún asunto por solucionar, pero no sabía concretar el qué.

Era sencillo y complicado a la vez, algo le llevaba a preguntar el motivo de tanta amabilidad, y en cierto sentido el miedo casi ganaba a la incertidumbre que se debatía en su mente.

-Volveremos otro día, es muy amable por su parte regalarle los juguetes al niño, pero en verdad, no hace falta, podemos abonar su precio íntegro- dijo ella, arrepintiéndose de poder haber dicho algo incorrecto.

La cara del creador, se vio contrariada un instante, pero volví a la afabilidad mostrada en torno al regalo.

-No se preocupe, he dicho que se lo regalaba, y eso es lo que pienso hacer. El dinero no puede comprar la sonrisa que su hijo exhibía hace un minuto- parecía que iba a añadir algo más, pero se quedó pensativo mirando los juguetes que se encontraban en el regazo del pequeño señorito.

Ella, no del todo satisfecha, iba a añadir algo, pero se lo pensó mejor y sólo boqueó sin hacer comentario alguno, nada más que un tímido “volveremos pronto”.

Salieron de la fábrica de sueños ambos con una sensación de confusión poco común en su interior, pero prefirieron no darle demasiada importancia.

Dentro del taller, todo adquiría color, se había hecho la hora de cerrar al público. El creador se dirigió a su mesa de trabajo y se dispuso a hacer algunos otros soldados. No eran iguales a los que el niño se acababa de llevar, parecían tener una personalidad nueva y distinta. Pero parecía cansado, apagó las luces del taller y se dirigió a su lecho. Antes de dormir, pensó sobre el porqué el niño que parecía tan intransigente se había contentado con los sencillos soldaditos de madera.

Esa noche, todo parecía en silencio en el taller, pero algunos ruidos recorrían la sala. Era un leve murmullo que se fue extiendo por cada estante de la tienda. Al principio parecía una leve brisa, y se convirtió en un rugiente mar de murmullos que estallaban desde cada rincón de aquel maravilloso lugar.

Todo parecía moverse, pero… eso era imposible, a parte del creador, no había nada allí que pudiera producir ese rugiente mar de murmullos agudos. A parte de eso, se oía la tranquila respiración del creador, que dormía plácidamente a pesar del episodio que acaba de sufrir en la tienda.

El creador se movió, y el murmullo pareció para de pronto. El creador cambió de postura en su jergón, y continuó durmiendo plácidamente. El murmullo continuó pero mucho más leve.

La mañana fue llamando a la ventana del creador. El sol se colaba a través de su ventana. Los rayos fueron acariciando sus brazos, infundiendo calor en sus extremidades. Fueron avanzando hasta dar en sus ojos cerrados y relajados. La relajación desapareció por instantes. Sus ojos fueron arrugándose, subió sus manos al rostro frotándose los ojos.

Se desperezó, cuan largo era, y abrió los ojos. Se quedó tumbado unos instantes en la cama, meditando el levantarse. Le esperaba un duro día de trabajo, debía continuar con su obra, los niños no esperaban, y aunque todavía quedaban muchos juguetes por vender, su afán estaba en crear los juguetes perfectos, llenos de vida, que provocasen en los rostros de los niños, sonrisas tan especiales, como la que había arrancado el día anterior a aquel niño.

Además, una cosa era segura, no eran los niños los que elegían los juguetes, sino los juguetes lo que elegían a los niños.

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